
Fotografía: EC/ECHO/Anouk Delafortrie. Lago Chad.
Cerca de dos mil kilómetros de puro desierto separan las calmas aguas del Mediterráneo del Sahel chadiano. Otro millar se extiende en la dirección opuesta, a lo largo de la frontera entre Nigeria y Camerún hasta llegar al Golfo de Biatra, en el océano Atlántico. Fijando la vista al este, ocurre algo similar: casi 2500km para alcanzar Puerto Sudán, en el Mar Rojo. En una región cada vez más empobrecida, donde el agua es un lujo y sus recursos el único sustento, se “evapora” el que fuera el mayor lago de África Central: el lago Chad.

El Chad se seca y es una realidad. En las últimas seis décadas, el lago ha perdido entre el 80% y el 90% de su superficie; si a principios de los años 60 tenía 25.000km2, en la actualidad conserva menos de 1.500km2. Lo que antaño fue una enorme masa única de agua que bañaba cuatro países, ahora es un conglomerado inestable de charcas poco profundas. Pese a que mengua su extensión y con ello también la pesca, la dependencia de sus habitantes no deja de crecer. La Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHOA) estima que de sus aguas y recursos viven más de 35 millones de personas, repartidas entre Chad, Camerún, Nigeria y Níger. Unido a esto, la inseguridad alimentaria y la violencia de los grupos terroristas en el Sahel suma ya 2.5 millones de desplazados y más de 10 millones de personas que sobreviven, exclusivamente, gracias a la ayuda humanitaria internacional.
Sobreexplotación, cambio climático y violencia en el lago Chad

África Central es una de las regiones más inestables y castigadas del continente. La presencia de grupos terroristas está provocando una migración masiva hacia los países vecinos, especialmente desde el norte de Nigeria, lo que también aumenta la presión sobre el lago y la competencia entre sus habitantes. A las orillas del Chad, son cada vez más los terrenos de cultivo y pastos que precisan de riego continuo, además del consumo humano y animal de agua potable. La Organización de Naciones Unidas de la Alimentación y la Agricultura (FAO) avisa de que los pastizales se han degradado hasta el punto de provocar escasez de alimentos para el ganado y también una caída brusca de la biodiversidad de la zona.
La puesta en marcha de grandes proyectos en los ríos que nutren el lago también ha tenido un efecto devastador. Según la FAO, la construcción de presas hidroeléctricas y la irrigación para impulsar la agricultura han provocado la disminución de las grandes llanuras aluviales, convirtiendo muchas de estas tierras en zonas secas y reduciendo el aporte final al Chad. No es de extrañar que la producción de pescado haya registrado una caída del 60% en las últimas seis décadas, aunque frente al temor a regresar con las redes vacías se impone el de un encontronazo con las fuerzas de los grupos terroristas Boko Haram o Estado Islámico.
La desesperación y la inseguridad se apodera de toda la ribera. Desde que esta crisis humanitaria y medioambiental golpea la región, adolescentes y niñas de entre 10 y 20 años sufren violaciones sistemáticas. “Están absolutamente olvidadas”, explica Concha López, directora general de la organización Plan Internacional en España, en un programa de Cadena SER. No solo sufren la violencia de los conflictos, afirma, sino que luego, una vez que están en las zonas o en las comunidades de acogida y campamentos, “vuelven a sufrir esta violencia sexual o física en su entorno cercano, a veces dentro de su propia comunidad y a veces dentro de su propia familia”. El llamado “sexo de supervivencia” se está imponiendo en la cuenca del Chad como moneda de cambio para la subsistencia de familias enteras e incluso para afrontar las matrículas del curso escolar -menos de cinco dólares al año-, los uniformes y los materiales de clase. “El consentimiento es absolutamente forzado por la situación que están viviendo. Cambian cualquier tipo de necesidad más básica por lo único que pueden ofrecer: su cuerpo”.
