Sería imposible describir la historia de nuestro mundo sin considerar una de las capacidades mejor desarrolladas del ser humano: la comunicación. Además, literalmente, sería inviable; sin la facultad para transmitir información –y, especialmente, para hacerla perdurar-, tampoco se habrían desarrollado la consciencia ni muchas otras dotes que dan lugar a lo que conocemos como ‘humanidad’, concepto que va más allá de nuestras características biológicas. Si bien es cierto que la capacidad para comunicar no sólo se ha manifestado en seres humanos, sí que lo ha hecho de una forma especial que lo distingue de otros seres vivos. Estudiando los vestigios históricos del Paleolítico, remontándonos concretamente al Pleistoceno, podemos comprobar como las competencias de las distintas especies del género Homo –habilis, erectus y neanderthalensis– distaban del más avanzado Homo sapiens, que desarrolló las aptitudes de la invención, el aprendizaje y el uso de un lenguaje complejo. Aunque los anteriores consiguiesen madurar, en parte, algunas de las habilidades que también utilizó el Homo sapiens, como el trabajo litográfico y la fabricación de herramientas, podría decirse que sus posibilidades nunca cruzarían la línea del concepto de humanidad –pesa a que grupos de neandertales mantuviesen contacto y adquiriesen, a modo de imitación, algunas características del sapiens-.
Desde la prehistoria, una vez comenzamos a ser conscientes de nuestra propia existencia –y a presentar «comportamiento moderno»-, empezaron a plantearse cuestiones sobre la vida y el escenario del que formábamos parte; conceptos abstractos, relacionados con la consciencia individual y del pasado, que alimentarían nuestra obsesión por dichos aspectos. Ello nos llevaría rápidamente a buscar respuestas en los demás; a construir nuestro Yo a partir del reflejo en la comunidad. La comunicación oral y gestual ascendería un escalón con el desarrollo de estructuras lingüísticas, que permitirían más adelante acceder a la base de la comunicación entre seres humanos: la conversación.
Definida como el intercambio de información entre dos seres conscientes que comparten el mismo código y, por tanto, son capaces de entender -decodificar- los mensajes cambiados mutuamente, no sólo se cierra al ámbito oral, sino que es posible mediante otros códigos como el gestual, el lenguaje de signos, la escritura o cualquier sistema codificado que podamos imaginar. Otras formas comunicacionales, como la pintura o la escultura, no entrarían en el concepto al ser medios estáticos –carentes de feedback– que no requieren la participación de más de un interlocutor, aun brindando información unidireccional al que interactúa con ellos. Mientras que el envío y recepción de información entre otras especies responde a los instintos básicos relacionados con la supervivencia, el aprecio o el rito sexual, entre seres humanos encontramos una prolongación de las capacidades comunicativas que permiten extender y profundizar los ámbitos comunicacionales.
La corriente del determinismo tecnológico, que vincula las diferentes revoluciones culturales al desarrollo de la ciencia, justificaría que el gran avance tecnológico tras la segunda mitad del siglo XX –casi 165.000 años después de las primeras evidencias de ‘humanidad’ en el Homo sapiens– sería el sustento de muchas de las teorías y especulaciones nuevas sobre la influencia en el comportamiento social del ser humano. Funcionando a modo de extensión de nuestros sentidos, las innovaciones científicas causarían una transformación del concepto de humanidad y comunicación, en el marco de la ‘Era Electrónica’ que anticipó Marshall McLuhan en la década de 1960. Los sistemas comunicativos clásicos se ven, en parte, muy alterados con la irrupción de los nuevos medios tecnológicos, que permitirían a su vez nuevas formas de comunicación.
Aunque el abandono de los modos clásicos de comunicación no ha sucedido y es prácticamente imposible que se produzca, sí que se ha generado una combinación de nuevos métodos comunicacionales como, por ejemplo, las conversaciones donde confluyen varios interlocutores que intercambian información –con feedback– pero emplean a su vez distintos medios para comunicarse. Así, una videoconferencia no igualitaria donde sólo un agente recibe información de forma oral y gestual –al poder ver al otro-, pero el contrario sólo obtiene texto -perdiendo gran parte de la información-, podría considerarse una incongruencia comunicativa. Sin embargo, estaríamos hablando de una combinación de varios sistemas que, aunque siguen transfiriendo información y entrarían dentro de la idea de conversación, uno de los interlocutores no obtendría gran parte de la información –alrededor del 30%-.
Mientras que la conversación presencial contribuyó a la evolución de los primeros seres humanos modernos, la comunicación virtual ha facilitado la aparición de ciertos problemas de entendimiento y desinformación. Se da entonces una adaptación al nuevo sistema, con un nuevo código y formas de expresión que permiten suplir los elementos disociados, que hoy día se sigue estudiando. Entre otros, los interlocutores que comenzaron a utilizar la escritura “de chat” generaron a una velocidad pasmosa nuevos códigos que, para poder mejorar el entendimiento y la comunicación, se apoyaron mediante imágenes icónicas –emoticonos- y nuevas normas para expresar ideas, entre otros.
También, por ejemplo, ocurre con la alteración del orden de los mensajes y la inmediatez/retardo al contestar, que recodifican en su totalidad el significado inicial, afectando irremediablemente el sentido de la información. A su vez, ocurriría de forma parecida en las conversaciones telefónicas. Sin embargo, que las nuevas tecnologías hayan irrumpido en la comunicación entre seres humanos no quiere decir que violente o destruya los sistemas tradicionales. Por el contrario, sí que es cierto que condiciona las relaciones entre las personas, permite el intercambio de información a distancia y en sitios remotos que nunca antes habríamos imaginado. Las relaciones sociales no se han alterado como tal, pero si se han producido cambios en los ritos básicos, como el de la atracción y el “coqueteo” o el de la amistad, que los nuevos sistemas ayudan a gestionar –especialmente cuando los sujetos no se sienten cómodos rompiendo las barreras de la «zona de confort» y deciden ocultar adrede datos valiosos para el otro-. Podría decirse entonces que no ha empeorado, pero que sí ha cambiado, proporcionando nuevos métodos.
Recapitulando, observamos que el acto de la comunicación implica, la gran mayoría de veces, una conversación entre dos seres humanos –que presenten “humanidad”-. Pero, ¿podría darse una conversación entre dos seres, si uno de ellos no es biológicamente humano pero presenta humanidad?. Uno de los aspectos inquietantes lo encontramos en el dilema de la robotización y la inteligencia artificial, abordado en distintas líneas por autores como Isaac Asimov, Spike Jonze, Ridley Scott o Jonathan Nolan. Hasta el momento, hemos conseguido desarrollar sistemas informáticos capaces de ‘comunicar’ de forma relativamente fluida, pero no de mantener una conversación real.
Mientras que un ser humano es capaz de expresar sentimientos e intenciones, y es consciente de su propio ser, una inteligencia artificial siempre –a día de hoy- responderá a las intenciones comunicativas programadas de su creador. Es decir, éste estaría ligado a un guion con mayor o menor flexibilidad, que le permite interactuar con un interlocutor humano y conversar con normalidad ciertos temas programados, combinando técnicas lingüísticas y el acceso a bases de datos. Por otra parte, la capacidad de crear consciencia e intencionalidad en una mente artificial sí que podría traspasar el dilema ético y moral. En ese caso, sería posible una interacción entre seres vivos y seres artificiales a otros niveles comunicacionales. Hablamos de emociones, sentimientos y conceptos abstractos como el amor y el odio, o la bondad y la maldad, ligados a nuestra propia moral y ética, sobrepasando las barreras de los instintos básicos.
En definitiva, la historia del ser humano no ha sido más que la del desarrollo de las características que nos definen. Como animal social, la comunicación ha tenido uno de los papeles más importantes y seguirá teniéndolo, probablemente, hasta el fin de nuestros días. No es posible concebir un mundo de seres humanos que no se comuniquen. Podrían alterarse los sistemas clásicos, verse afectadas las relaciones sociales –para bien o para mal-, pero nunca podría desaparecer el acto comunicativo como tal. Como bien menciona Stevenson en “Conversaciones y conversadores”, comunicarse es lo primero que hace cualquier ser humano desde su nacimiento; el acto consciente e intencional de transmitir información al resto de la comunidad. Hasta donde podamos llegar, seguirá –en nuestro presente– siendo una incógnita, pero es indudable que, a modo de eterna conversación, lo descubriremos juntos.